Peregrinos: ¿nuevos visitantes o vecinos desconocidos?
Seguimos en confinamiento y son muchas las noticias sobre fauna que llegan a los medios de comunicación. El gran protagonista de estos días es, sin duda, el tiburón peregrino. Este escualo es una especie protegida y catalogada como en peligro de extinción en el Mediterráneo. Puede alcanzar los 8 metros y 4 toneladas, aunque es una especie apacible y planctófaga. Es decir, se alimenta del plancton que se extiende en áreas de alta productividad primaria. Sus zonas de alimentación coinciden, en muchos casos, con caladeros de interés pesquero, donde se extrae uno de los mariscos más preciados, la gamba. Son fondos de entre 200 y 400 m de profundidad que, en función de la pendiente del fondo marino costero, están más o menos cerca de la costa.
Ver en las noticias que se ha avistado un tiburón peregrino nos parece un hecho insólito, pero en realidad es más común de lo que imaginamos. Solo hay que hablar con la gente de la mar —como los pescadores que trabajan a diario en nuestras costas— para llevarnos una sorpresa al saber de la enorme biodiversidad local que existe y a la que habitualmente damos la espalda.
Aprovechamos esta noticia en el blog para echar la vista atrás gracias a los recuerdos de uno de ellos. En la costa catalana, hace más de 45 años, no había un confinamiento como el que ha provocado la COVID-19, por lo que únicamente los familiares y amigos de los pescadores sabían de la presencia de este gran tiburón.
Nos desplazamos virtualmente al puerto de Vilanova. Allí Jaume Figueras, pescador artesanal que lleva 47 años trabajando en el mar, nos explica las experiencias de su padre, quien se dedicó a la pesca de arrastre entre 1955 y 1975, aproximadamente:



«El barco arrastraba cada día entre Gavà y Calafell, sobre fondos de gamba a 150-200 brazas y 7-10 millas de la costa. En primavera, incluso en verano, en la zona de Torredembarra era bastante habitual ver algún mulà; su tamaño era imponente, unos 8 metros. Curiosamente, antes del avistamiento solían verse numerosos delfines nadando a proa. A veces coincidía con la llegada del barco al caladero, a las 8 de la mañana; otras cuando marchaban, a las 3 de la tarde. Solían ver uno o dos, era lo más frecuente. El animal se mostraba bastante indiferente a ellos y nadaba en las proximidades del barco. Esos encuentros eran tan habituales que incluso había días que los pescadores olvidaban contárselo a la familia».
Interrumpo un momento a Jaume para preguntarle si conoce la reciente noticia (del 20 de febrero 2020) sobre un arrastrero que capturó por accidente un tiburón peregrino en Tarragona. Por supuesto, la había oído. Volviendo al relato, quiero saber si recuerda algún caso similar en aquella época. Con la embarcación de su padre no, pero sí hubo un caso extraño, ya que fue «a poca agua». Así lo explica Jaume: «Fue alrededor de 1975. Se capturó accidentalmente un tiburón peregrino sobre fondos de langosta en un trasmallo, a 7 millas y 80 brazas de fondo. Dicen que pesaba unos 700 kg. Murió enmallado en la red».
En un mundo globalizado, donde todo conecta con todo, al fin se ha establecido una relación de cooperación entre científicos y ciudadanía; cien ojos ven más que dos y se han logrado avances sobre la distribución de especies que para los grupos de investigación por sí solos serían muy costosos. En concreto sobre el tiburón peregrino, en breve se hará público un estudio realizado por el ICM (Institut de Ciències del Mar) sobre avistamientos de fauna marina antes y después de la COVID-19. Por supuesto, compartiremos el enlace, así que ¡estad atentos al blog!